martes, 13 de diciembre de 2011

QUE VENGA SATURNO Y NOS DEVORE A TODOS - Por Vicky Moreno



         Un puñado de hombres concienciados no ha logrado vencer ni convencer en Durban a los señores oscuros de la tierra, como no pudieron hacerlo en Kioto. Los intereses creados por esas máquinas de producir beneficios, insensibles y ciegas, justifican toda iniquidad y, como Saturnos modernos (*), devoran a sus propios hijos, arrancándoles la cabeza por pura codicia y miedo a la pérdida de poder, aunque argumenten ante la madre, Gea, que el parricidio se efectúa “por su propio bien”. Los inocentes vástagos, mientras tanto, se desangran ignorantes de su enorme desgracia porque ni siquiera identifican esa boca chorreante que les come la vida con la de aquéllos que les hicieron discursos y  juraron protección; como tampoco identifican esos ojos cegados por la ambición con los del enajenado e inhumano sistema imperante.  

         Mientras tanto, Gea, esa madre fértil y poderosa, pero tonta de tan buena, se nos muere de pena y de abandono. Si ella lo hubiera sabido, seguramente no habría dejado que Urano la cubriera y, con toda probabilidad, no habría tenido hijos que después quedaran desamparados y amenazados por ese padre olímpico pero asesino. Ella lo intenta todo con astucia y perseverancia, pero la historia se repite una y otra vez y su desgraciada manía de emparejarse con el propio poder que la destruye es ya famosa.

         Así es el capital, en principio brillante recompensa del esfuerzo, pero luego, beodo, ciego, desalmado, insaciable y macabro devorador de haciendas y de voluntades. Su perversión es tal que, antes de comérselas las seduce y las vampiriza para asegurar su descendencia de zombis vivientes.
        
         Nada podemos hacer por nuestra madre si no salimos de la ignorancia primera que nos hace creer que su acogedora disposición es para siempre, si no comprendemos sus propias necesidades y temores, si no valoramos y agradecemos lo que, aun entregado por naturaleza, ella se arranca de las entrañas para darnos cada día.

         La humanidad está perdiendo la sublime oportunidad de graduarse como dioses, descendientes de una diosa azul y de un dios caprichoso y calculador, al que entregó todo su poder, ante la garantía de pingües beneficios y en el convencimiento de que la inversión de su ternura sería rentable.

         Bueno, la verdad es que hay que reconocer que no somos un engendro olímpico, pero también que sabemos hacer gilipolleces de ese mismo tamaño, como así lo demuestran nuestros dirigentes en cada ocasión que se aprestan a perpetuar esa caricatura de monopoly en el que se juegan el futuro de los pueblos y del propio planeta.

         No es fácil que los hombres aprendamos a dar la importancia que tiene cada tema que tocamos. No sabemos profundizar ni apostar a largo plazo y, por tanto, tampoco priorizar. Si sumamos a eso nuestra indolencia, fácilmente se ve que, de cara a la supervivencia de la especie, el bienestar de sus congéneres, el cuidado de la salud y la defensa de lo esencial, muchos primates hacen mejor papel.

         Si lo único que parece separarnos de los animales superiores es nuestra capacidad para experimentar sentimientos, analizarlos y programar acontecimientos, ya mismo puedo afirmar que no es fácil encontrar seres humanos que alcancen esa categoría.

         El planeta se retuerce, si, pero más que de anemia, de insolación o de sepsis, lo hace de pena. La pena que le provoca que no nos asomemos siquiera a percibir su condición de ser vivo y, por lo tanto, dotado de sentimientos.

         Estos individuos que aparecieron entre el cielo y la tierra, llamados a heredar la llama del Olimpo, no han llegado a aspirantes. Heredaron de ese padre voraz el miedo y la codicia, y no han podido vencer la fuerza esquizoide que esas dos corrientes ocasionan, alejándoles de su centro, de su corazón y de los brazos de esa madre que todavía sigue defendiéndoles de sí mismos.

         Hoy no le veo salida a esta tragedia. En la carrera del hombre hacia su propio proyecto de desarrollo los primeros no tenían más meta que sobrevivir. A los segundos, ya se les pedía mirar más allá de sus tripas y encontrar al otro. Los siguientes fueron obligados al trabajo en equipo y el descubrimiento y arbitrio de la vida en sociedad. La actual humanidad ya tiene la misión de saberse una y aprender a relacionarse con el propio ser que pisan, esa inmensa madre que les acoge y ama…

Suspendidos…. Que venga Saturno y nos devore a todos.  


                                    Vicky Moreno / Diciembre 2011

(*) Saturno es la versión romana del dios Cronos en la mitología griega. Cronos es uno de los doce titanes que nacen de la unión de Urano (el cielo) y Gea (la tierra). En un principio el papel de Urano será cubrir y así proteger a Gea, la tierra, pero al unirse a ella se convertirán en la pareja de dioses que gobernarán el mundo. Ungido de ese poder, Urano no verá con buenos ojos a sus hijos, temiendo que al crecer le arrebataran su trono. Así que Gea se verá obligada a sepultar a cada uno de los hijos que nacen en sus entrañas, aunque llevada por su instinto maternal hará uso de su astucia y engañará a su marido con el menor de sus hijos, precisamente Cronos. Armará a Cronos con una hoz, y con ella el vástago conseguirá cortarle los genitales a su padre. Del esperma de Urano, que cayó al mar, nacería Afrodita, y de las gotas de sangre caídas en la tierra, nacerían los Gigantes, además de las Erinias y las ninfas Melíades.

Así mutilado, Urano perderá el trono, que como él temía, será heredado por su hijo Cronos, que de paso liberará de las entrañas de Gea, de la tierra, al resto de sus hermanos, casándose con uno de ellos, su hermana Rea. Pero la historia se repite, y ahora es Cronos quien sufre los mismos recelos que su padre, y temeroso como él de que uno de sus hijos pudiera arrebatarle el trono, los devora uno a uno según Rea los va pariendo: a Hestia, Deméter, Hera, Hades y Poseidón. Y otra vez, es el instinto maternal, en este caso el de Rea, el que vuelve a engañar al padre, Cronos esta vez, pues para salvar al último de los hijos, Zeus, le entrega a Cronos una piedra envuelta en los pañales, que el padre ignorante se la traga sin sospechar el engaño. De esta forma Zeus creció a salvo en el monte Dicte, en Creta, protegido por las ninfas. Con el paso del tiempo, Zeus se enfrentaría a su padre, logrando destronarlo y consiguiendo también en este caso, que Cronos regurgitara a todos los hijos que se había tragado, logrando así la formación de los dioses del Olimpo, desde donde reinará Zeus en unión a sus hermanos.

http://www.artecreha.com/Iconograf%C3%ADa/saturno-devorando-a-sus-hijos.html

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