miércoles, 22 de junio de 2011

PARTICIPAR PARA GANAR VS PARTICIPAR PARA VIVIR - Por Vicky Moreno


     Nuestra competitiva sociedad no sería tan impresentable si fuera sólo eso, competitiva, pero es que, además, es mentirosa. Tanto los lujos y prebendas, como los beneficios sociales, que tan caro pagamos los contribuyentes, alcanzan sólo a unos pocos, mientras la divinizada fecundidad del propio dinero rellena las arcas de los más afortunados -en algunas personas, digno premio a su esfuerzo-.  No sabemos bien si viene de antes la pobreza, la ignorancia, la incultura, la falta de oportunidades o la mala suerte –o todas ellas juntas-,  el caso es que son amigas inseparables, y su presencia produce el horror de una estética que se arrincona y disimula como ropa sucia, tendiendo a evitar, cuando no a esconder en verdaderos guetos, a los fracasados (incluso cuando sólo ayer estuviéramos aclamando su momento de éxito).
      Mientras corremos hacia la meta del reconocimiento y el glamour, nos vamos defendiendo de ese no ser, identificándonos con algún signo, marca o uniforme que acrediten nuestra deseada superioridad. Experimentamos la fuerza del gremio, el espíritu del clan, como imán que nos proporciona o proporcionará la protección de un escogido grupo de iguales, al que nos afanamos en pertenecer, sin conocimiento ni análisis de lo que encierran sus consignas, pero adoptando sus ritos y apariencias y acreditando así nuestro estatus, categoría y derecho de pertenencia a esa determinada elite de “triunfadores”.  
      El Dr. Eric Berne, eminente psiquiatra, fundador del Análisis Transaccional, en su afamada obra: Los juegos que la gente juega, hablaba de unas fórmulas de relación humana -no por habituales tan conocidas- que él llamaba “juegos”, pero que no dejaban de ser rituales neuróticos, en los que todos nos empleamos denodadamente, desfogando nuestra tensión y ganando siempre a costa de los otros. Algunas personas realizan transacciones emocionales en las que dañan o son dañadas una y otra vez, sin que sean capaces de identificar su error en la puesta en escena de su propia acción comunicativa. Los expertos han llegado a la conclusión de que los individuos juegan esos juegos porque tienen hambre de contactos, de pertenencia, y quieren obtenerlos a cualquier precio, aun si lo que obtienen son sólo contactos negativos. Vamos con una máscara en el corazón, que es pancarta en la frente, diciendo: “antes muerto que ignorado”.           
      Desde pequeñitos aprendemos de esa ludoteca de fantasmas. No nos estimulan a disfrutar y desarrollar lo que nacimos o crecimos apeteciendo, sino a competir, a brillar más que el de enfrente y conseguir formar parte de equipos, profesiones o relaciones destinados a ganar. Pero, ¿ganar qué? Alimentamos y aplaudimos el “espíritu de lucha”de nuestros hijos, sin percibir que en sociedad toda lucha conlleva oposición a otro, y siempre que hay un ganador, hay un perdedor. Para consuelo de estos últimos, ante la frustración del triunfo no alcanzado, se usa como analgesia la frase eufemística de “lo importante es participar”. Sería cierto si fuera sincero, pero ¿qué es participar?
      Participa el que forma parte de aquéllo en lo que ha elegido estar. Esa aparente simpleza encierra la clave de un diferente posicionamiento frente a la relación humana, laboral o social, que precisa un momento de reflexión descondicionada. No basta con “estar”. Para formar parte hay que ser pieza útil de ese organismo o conglomerado dinámico, que hemos decidido formar o habitar. Y para ser pieza eficiente hay que conocer la maquinaria que nuestra presencia contribuye a mover o parar, querer el espacio que nos acoge y acogemos. El conjunto del que formamos parte tiene una historia, una energía, una misión, una visión y unos valores que podemos contribuir a lograr, a mantener o a destruir, pero nunca parasitar.
      Es hora de hablar de la ética de la afiliación. Lo creado merece un profundo respeto y cuidado, y lo que creamos una absoluta responsabilidad. Este conjunto de conjuntos que llamamos planeta, que llamamos país, que llamamos empresa, que llamamos pareja… requiere nuestra participación consciente y eficiente. No podemos vegetar como cigarras, chupando la energía de los que nos precedieron o los que se afanan en hacer funcionar y conservar ese organismo. Cuesta trabajo, pero merece la pena y, además, es lo único que podemos hacer.
      Nuestra afiliación al planeta Tierra no es una carta en blanco para su explotación, sino una relación que precisa consciencia, estudio, paciencia, renuncia, sentido del humor, austeridad y mucho cariño….. Igual, igual, que cualquier otro conjunto en el que hayamos elegido participar.  Nuestro país, nuestra empresa, nuestra pareja no nos exigieron estar ahí. Si en esos sistemas vitales permanecemos es para participar, no para valernos de ellos para nuestro beneficio. Y participar es estar vivo en lo vivo. Lo que está muerto es apartado para no envenenar al organismo que lo acoge.
      Hemos equivocado el camino. No es el brillo, la excelencia, la opulencia, el prestigio o la fama lo que nos hace necesarios y queridos (y ni siquiera más felices). En la naturaleza, lo conservado y cuidado es lo que es útil. Todos apreciamos más a los que más dan que a los que más resplandecen. Y, en el fondo, casi todos sabemos lo que es el gustillo de identificarnos con el organismo del que formamos parte; la felicidad de diluirnos en un conjunto mayor; el gozo del esfuerzo compartido; la fuerza de sentirnos universo.
      Inauguremos el siglo de la “participación”          

2 comentarios:

  1. EL PROBLEMA DE LOS SERES HUMANOS ES LA SOLEDAD, LA PERTENENCIA ULTIMA AL GRUPO MÍNIMO Y HERMOSO QUE ES EL DE LA PAREJA, ES EL ÚLTIMO REDUCTO AL QUE NOS AFERRAMOS,QUIENES TENEMOS LA "FUNESTA" MANÍA DE PENSAR. LUEGO, NO SOMOS NI TÚ NI YO LOS CULPABLES DE TENER ESE DESEO DE PERTENENCIA. ES ALGO CONSUSTANCIAL A LA NATURALEZA HUMANA Y EL PRIMIGENIO SENTIDO DE SENTIRNOS UNIVERSO ES EL SENTIRNOS "COMPARTIDOS" JUNTO A ALGUIEN, SER EL ECO DE SUS VOCES Y LA VOZ DE SUS ECOS.

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  2. Vicky Moreno29 octubre, 2011

    Gracias, amigo desconocido. Es precioso lo que dices y cómo lo dices. Siento que hay una lucha horizontal y otra vertical. El deseo de pertenencia siempre está en conflicto con el deseo de independencia y, a su vez, nuestro alma siempre se encuentra de algún modo enajenada, habitando entre el cielo y el suelo que ejercen su atracción fatal en sentido opuesto. Pero... me gusta más tu poética explicación.

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