jueves, 9 de junio de 2011

¿POR QUÉ CAMBIAMOS TANTO ORO POR CUENTAS DE COLORES?

            Cuando de niña detentaba el pobre record de ser la única de mis amigas que no tenía televisión en casa (carencia providencial que luego traté de contagiar a mis propios hijos), mi madre siempre decía… “¿Para qué queréis esa caja de mentiras, si esto es de verdad?” Señalaba el entorno con su mano de mujer perfecta y segura, y una voz pausada que obviaba cualquier argumento. Siempre supe que, cuando mi ánimo se debatía en entelequias, su abrazo disipaba la angustia, confirmando la permanente existencia de esa verdad absoluta de lo palpable frente a toda fantasía multicolor.
            Mi viejita ahora sigue empeñada en valorar por encima de todo la realidad y, cuando la despiertas de su casi continuo sopor con el afán de que siga aquí, que participe de nuestras historias o vea alguna peli de su época, te saluda con una sonrisa y vuelve a repetir “..Dejadme,  ¿para qué perder el tiempo con tonterías, si mi rico sueño es de verdad?”
            Cuántas veces me acuerdo ahora de ese realismo clarividente y cuánto de él sustenta mis cimientos.
            Aprendí ya a mirar con sus ojos de mujer madura y corazón joven los valores caducos, los afanes vanos y las formas proyectadas y muertas que fabrica el caleidoscopio de las mentes pueriles de nuestra sociedad marchita…, y me estremezco. No sé si soy ajena o nací enajenada, pero ajenos y dolorosos siento sus intereses y trasiegos.
            ¿Por qué cambiamos tanto oro por cuentas de colores? Tanto disfraz me aturde, pero nada me impide ver y decir bien alto que esto no es. Insisto en que el rey va desnudo… Que no hay satisfacción que dure en lo que enjaulamos. Que lo que poseemos siempre nos posee un poco. Que, cuando corremos en pos del dinero o el placer, se nos atrofian las alas. Que sólo tomando altura vemos el tamaño justo de personas y situaciones. Que el verdadero órgano de visión no son los ojos sino el alma. Que en amando de verdad todo está bien. Que el que hace lo que debe no tiene nada que temer. Que el temor ocupa el espacio que deshabita el amor…. ¡Ay, el amor! ¡Cuánto papel y cuánto cartón para mostrar lo que en el fondo no se conoce ni practica!
            Si algo he aprendido es que sólo se ama realmente a quien somos capaces de cuidar. Nada más es amor. Miremos la verdad. Las bellas emociones que se designan con ese nombre siempre tienen detrás un ego legítimamente hambriento de experiencia y emociones, pero endogámico y depredador, por más adorno que se le aplique. Entonces, por pura lógica, aunque cueste enfrentarse a tan cruda desmitificación, sólo nos quiere quien está dispuesto a cuidar de nuestro bienestar y crecimiento. ¿A quién beneficia vivir de milongas?
            Apartado el peligroso mito del amor como embriaguez pasiva, podemos afirmar con rotundidad que sólo hay una forma sana de vivir: Vivir amando, de manera centrífuga, frontalmente, sin subterfugios, con ese Amor grande del que decide hacerlo, del que trabaja cada mañana por iluminar e ilusionar el espacio que habita y a las personas que le rodean; del que se toma el trabajo de amar y lo ejecuta desde la generosidad del alma y la mayor inteligencia.
             Nos obligamos a muchas cosas anestesiantes, estableciendo inercias y huyendo curiosamente de la única necesaria y nutritiva. No vemos la noria, ni la cuerda de la zanahoria, pero seguimos en la rueda, seguimos en el fingimiento de hacer que hacemos, por miedo a los resultados de decidir pensar, de decidir profundizar, de decidir comprometernos de verdad social y humanamente.
            Salir de este teatro de títeres produce en principio mucha soledad, pero sabemos que el gran premio es existir fuera del Matrix; tocar y respirar lo vivo; abrazar y ser abrazado con todo el ser; afiliarse a la realidad con todo el alma, y madrugar para mirar a la verdad de frente, fabricando sólo salud, paz y belleza, con las herramientas del discernimiento y la voluntad que el que ama sabe poner en juego en cuanto hace.
            No hay tiempo que perder porque cada vuelta que damos en la noria más rápido vamos, más nos embrutecemos y más hondo se hace el insano surco de la inercia y la intoxicación física y mental.
            Exijámonos inteligencia, bondad y autenticidad a nosotros mismos día a día, minuto a minuto, si queremos cambiar el mundo. No se me ocurre fórmula mejor.

                                                                                  Vicky Moreno 

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