domingo, 18 de diciembre de 2011

DESPARRAMAR - Por Vicky Moreno

         Tengo que confesarlo. Me entristece la Navidad, y eso no debía yo consentírmelo, dado mi proverbial talante positivo. Puede que haya caído en la trampa de la ortorexia moral, que puede estar agazapada al otro extremo de esta otra trampa del consumismo desalmado. Quién sabe. O puede, simplemente, que esté hasta los mismísimos de tanta falsedad y tanto ritual incuestionable e incuestionado.
La gente que sigue la corriente (nunca sé cómo llamarlos sin ofender porque la mayoría son majísimos) coge estos días su paguita o su Visa Oro y se sumerge contenta en el febril viacrucis, viafastos o viacompras que, supuestamente, se organiza con la excusa de conmemorar la llegada del Niño Dios hace muchicientos años (…anda que si yo fuera su supermadre iba a dejar que se agasajara a mi bebé con tanta zarandaja y borrachera).  Porque -y miren con rigor los hechos-, ¿qué hay de bueno en esta forma de celebrar, para que podamos levantar la mirada, con orgullo de aprendices atentos, frente a ese emblemático niño sediento del amor de los hombres?
La raíz ancestral del encuentro evocaba la luz, el calor, el amor, y tiene un origen que se pierde en la noche de los tiempos. El instinto tribal de reunirse alrededor de la hoguera para, juntos, evitar el frío, compartir el alimento y espantar peligros y fantasmas, es consustancial al homo casi-sapiens,  pero ¿qué hay hoy en día de todo eso en los escaparates, en los locales de moda, en los espacios televisivos, en las mesas de gala?
Quizá es que para las masas esto de celebrar es así. Como no pueden desparramar día a día de entusiasmo sutil y propio por lo que respiran, por lo que ven, por lo que abrazan, tienen que hacerlo varias veces al año (o algunos al mes) vía vanidad y consumo colectivo en vena, dejándose el bolsillo, la salud y la alegría en eventos sociales, comilonas y saraos que reúnen a personas que a menudo nada sincero, sano ni constructivo comparten. Nadie se ofenda, que se señala.
Desparramar es imprescindible, eso si. Creo que, de hecho, nacimos para desparramar. Miren, si no, cómo hasta nuestra fisiología lo demuestra y nos lo pide desde los adentros (para muestra, las satisfactorias explosiones físicas, mentales o emocionales que acompañan al placer de hacer aquello que nos da salud y vida).
Pero no es lo mismo rebosar que evadirse. Aunque con ambas cosas parezcamos salir de nuestro centro hacia un afuera prometedor, con la segunda hay huida del lugar donde estamos, del espacio psicológico que habitamos pero que no nos contiene. Salimos, sordos y ciegos, en busca del corazón que, aunque desnutrido y famélico, ya llevamos dentro; vamos de fiesta en cocktail, buscando el líquido que nos llene y dé sentido, como botellas vacías con el tapón puesto.
En cambio, en el desparramar del que rebosa hay donación de si, por sublimación y apertura. En este caso, la botella, que vive abierta, con sólo existir está recibiendo de forma natural y constante la energía del Universo, que la utiliza de aljibe y acequia para donar su néctar allí donde esté.  Aquí no hay día que festejar, porque la llegada del Hijo de Dios se celebra con cada respiración y a cada abrazo.
Simplificar y priorizar es imprescindible para experimentar y saborear lo esencial: el milagro de formar parte del Universo.
No es tiempo de comprar objetos; los tenemos todos. No es tiempo de engordar egos y frivolizar conversaciones; nuestros tímpanos están hartos. No es tiempo de comer y beber sin necesidad; nuestro organismo está intoxicado…
Es tiempo de comprar conciencia y regalarla. Es tiempo de apagar las luces y encender hogueras. Es tiempo de respirar y no de aspirar. Es tiempo de suspender rutinas y avanzar ideas. Es tiempo de construir y adorar cuanto Es. Es tiempo de amar y desparramar.


                                    Vicky Moreno / Diciembre 2011

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