Un
puñado de hombres concienciados no ha logrado vencer ni convencer en Durban a
los señores oscuros de la tierra, como no pudieron hacerlo en Kioto. Los
intereses creados por esas máquinas de producir beneficios, insensibles y
ciegas, justifican toda iniquidad y, como Saturnos modernos (*), devoran a sus propios
hijos, arrancándoles la cabeza por pura codicia y miedo a la pérdida de poder,
aunque argumenten ante la madre, Gea, que el parricidio se efectúa “por su
propio bien”. Los inocentes vástagos, mientras tanto, se desangran ignorantes
de su enorme desgracia porque ni siquiera identifican esa boca chorreante que
les come la vida con la de aquéllos que les hicieron discursos y juraron protección; como tampoco identifican
esos ojos cegados por la ambición con los del enajenado e inhumano sistema
imperante.
Mientras tanto, Gea, esa madre fértil y
poderosa, pero tonta de tan buena, se nos muere de pena y de abandono. Si ella
lo hubiera sabido, seguramente no habría dejado que Urano la cubriera y, con
toda probabilidad, no habría tenido hijos que después quedaran desamparados y
amenazados por ese padre olímpico pero asesino. Ella lo intenta todo con
astucia y perseverancia, pero la historia se repite una y otra vez y su
desgraciada manía de emparejarse con el propio poder que la destruye es ya
famosa.
Así es el capital, en principio
brillante recompensa del esfuerzo, pero luego, beodo, ciego, desalmado, insaciable
y macabro devorador de haciendas y de voluntades. Su perversión es tal que,
antes de comérselas las seduce y las vampiriza para asegurar su descendencia de
zombis vivientes.
Nada podemos hacer por nuestra madre si
no salimos de la ignorancia primera que nos hace creer que su acogedora
disposición es para siempre, si no comprendemos sus propias necesidades y
temores, si no valoramos y agradecemos lo que, aun entregado por naturaleza,
ella se arranca de las entrañas para darnos cada día.
La humanidad está perdiendo la sublime
oportunidad de graduarse como dioses, descendientes de una diosa azul y de un
dios caprichoso y calculador, al que entregó todo su poder, ante la garantía de
pingües beneficios y en el convencimiento de que la inversión de su ternura sería
rentable.
Bueno, la verdad es que hay que reconocer
que no somos un engendro olímpico, pero también que sabemos hacer gilipolleces
de ese mismo tamaño, como así lo demuestran nuestros dirigentes en cada ocasión
que se aprestan a perpetuar esa caricatura de monopoly en el que se juegan el
futuro de los pueblos y del propio planeta.
No es fácil que los hombres aprendamos
a dar la importancia que tiene cada tema que tocamos. No sabemos profundizar ni
apostar a largo plazo y, por tanto, tampoco priorizar. Si sumamos a eso nuestra
indolencia, fácilmente se ve que, de cara a la supervivencia de la especie, el
bienestar de sus congéneres, el cuidado de la salud y la defensa de lo
esencial, muchos primates hacen mejor papel.
Si lo único que parece separarnos de
los animales superiores es nuestra capacidad para experimentar sentimientos,
analizarlos y programar acontecimientos, ya mismo puedo afirmar que no es fácil
encontrar seres humanos que alcancen esa categoría.
El planeta se retuerce, si, pero más
que de anemia, de insolación o de sepsis, lo hace de pena. La pena que le
provoca que no nos asomemos siquiera a percibir su condición de ser vivo y, por
lo tanto, dotado de sentimientos.
Estos individuos que aparecieron entre
el cielo y la tierra, llamados a heredar la llama del Olimpo, no han llegado a
aspirantes. Heredaron de ese padre voraz el miedo y la codicia, y no han podido
vencer la fuerza esquizoide que esas dos corrientes ocasionan, alejándoles de
su centro, de su corazón y de los brazos de esa madre que todavía sigue
defendiéndoles de sí mismos.
Hoy no le veo salida a esta tragedia. En
la carrera del hombre hacia su propio proyecto de desarrollo los primeros no
tenían más meta que sobrevivir. A los segundos, ya se les pedía mirar más allá
de sus tripas y encontrar al otro. Los siguientes fueron obligados al trabajo
en equipo y el descubrimiento y arbitrio de la vida en sociedad. La actual
humanidad ya tiene la misión de saberse una y aprender a relacionarse con el
propio ser que pisan, esa inmensa madre que les acoge y ama…
Suspendidos…. Que venga Saturno y nos devore a
todos.
Vicky
Moreno / Diciembre 2011
(*) Saturno
es la versión romana del dios Cronos en la mitología griega. Cronos es uno de
los doce titanes que nacen de la unión de Urano (el cielo) y Gea (la tierra).
En un principio el papel de Urano será cubrir y así proteger a Gea, la tierra,
pero al unirse a ella se convertirán en la pareja de dioses que gobernarán el
mundo. Ungido de ese poder, Urano no verá con buenos ojos a sus hijos, temiendo
que al crecer le arrebataran su trono. Así que Gea se verá obligada a sepultar
a cada uno de los hijos que nacen en sus entrañas, aunque llevada por su
instinto maternal hará uso de su astucia y engañará a su marido con el menor de
sus hijos, precisamente Cronos. Armará a Cronos con una hoz, y con ella el
vástago conseguirá cortarle los genitales a su padre. Del esperma de Urano, que
cayó al mar, nacería Afrodita, y de las gotas de sangre caídas en la tierra,
nacerían los Gigantes, además de las Erinias y las ninfas Melíades.
Así
mutilado, Urano perderá el trono, que como él temía, será heredado por su hijo
Cronos, que de paso liberará de las entrañas de Gea, de la tierra, al resto de
sus hermanos, casándose con uno de ellos, su hermana Rea. Pero la historia se
repite, y ahora es Cronos quien sufre los mismos recelos que su padre, y
temeroso como él de que uno de sus hijos pudiera arrebatarle el trono, los
devora uno a uno según Rea los va pariendo: a Hestia, Deméter, Hera, Hades y
Poseidón. Y otra vez, es el instinto maternal, en este caso el de Rea, el que
vuelve a engañar al padre, Cronos esta vez, pues para salvar al último de los
hijos, Zeus, le entrega a Cronos una piedra envuelta en los pañales, que el
padre ignorante se la traga sin sospechar el engaño. De esta forma Zeus creció
a salvo en el monte Dicte, en Creta, protegido por las ninfas. Con el paso del
tiempo, Zeus se enfrentaría a su padre, logrando destronarlo y consiguiendo
también en este caso, que Cronos regurgitara a todos los hijos que se había
tragado, logrando así la formación de los dioses del Olimpo, desde donde
reinará Zeus en unión a sus hermanos.
http://www.artecreha.com/Iconograf%C3%ADa/saturno-devorando-a-sus-hijos.html
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