Estoy un poco espesa esta noche y me vais a ayudar a reflexionar sobre la frase de este premio Nobel, oscarizado y polémico dramaturgo.
Considero a la democracia un gran avance social, al permitir que cada hombre pueda expresar e impulsar las ideas que le aniden en el alma. De eso no me cabe ninguna duda. Sin embargo, si observo precisamente lo que anida en el alma de las mayorías que veo reflejadas en los índices de audiencia de la tele, de los estadios, de los grupos violentos, incultos insolentes, vips arrogantes, demagogos pedantes, analfabetos emocionales o reivindicativos parásitos, se me cae la mismísima a los pies.
A fuer de ser sincera, tengo que decir que no quiero sumar ahí, que no quiero que me relacionen con ellos y ni siquiera juntarme (...yo que soy tan gregaria) para opinar de nada, no vaya a ser que, dada mi condición eterna de esponja, se me pegue algún chapapote de esos y luego no haya forma de soltarlo.
Y aquí viene el lío porque ¿cómo voy a querer entonces que, en uso de su derecho democrático, sean las mayorías las que decidan los destinos de mi país, de mi planeta?...Y Vds./vosotros entenderéis que nada más lejos de mi ánimo que algún atisbo de clasismo, dada mi condición de amorosa servidora de la condición humana y humilde aprendiz de todo, sin categoría social alguna.
Vamos, que no veo por donde coger este ascua, ni resultado electoral que pueda satisfacerme, por el mero hecho de que siempre será por definición resultado de la mayoría incompetente.
¿Pensarán lo mismo los políticos y por eso, en un secreto a voces, organizan programas clónicos plastificados y campañas puramente mediáticas? Se trataría de pasar el trámite, ignorando a las minorías conscientes y consiguiendo el mayor número de votos de los inconscientes, para luego hacer lo que les dé la gana, dado que la mayor parte de los que les han votado ni siquiera se han leído lo que votaron ni después van a pedir cuentas de ninguno de los desmanes que, con nuestro dinero y en nombre de sus votantes, se permiten.
¡Qué locura! En mi nombre, no. Por favor.
Y, si este festín de egos es la democracia y a estos lodazales nos ha llevado... ¿cómo la perfeccionamos o con qué la sustituimos? ¿Deberíamos poner en juego la imaginación y empezar a pensar en diseñar algún tipo de meritocracia?
Sola, condenada a estar sola o con los otros solos, reflexivos y raros. A coro con las minorías, que, como son tan suyas, nunca se organizan y nunca suman. Qué cruz. La próxima vez me pido renacer como geranio.
Estamos apañados.
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