“Con talante y talento nunca hay mal viento” podría ser la frase que me invento para animar la reflexión con la que abro esta tertulia virtual en mi salón de invierno. Aquí no hay bizcochos ni cava como otras veces, pero, a cambio, tenemos la facilidad de reunirnos cuando queramos y cuantos queramos. Me gusta compartir con gente de talento este blog. Porque el talento, propio y ajeno, es lo que buscamos cuando sacamos las ideas al escaparate de la palabra y hacemos transitiva la emoción. Pero ¿por qué el plural?
El talante es la actitud, la disposición personal. El talento es una aptitud, una manifestación de la más genuina inteligencia emocional. Al formar el plural, los talentos cobran una nueva dimensión. Extrapolando la acepción de moneda griega, que se menciona en la conocida parábola para significar lo que nos fue dado, tenemos aquí una representación más próxima al concepto de karma del Vedanta, aquello con lo que contamos para el camino. Sin embargo, y aquí viene la madre del cordero, aparece unido al mandato de hacerlo crecer...
No me cabe duda de que no somos más que depositarios de la inteligencia y habilidades que nos habitan. Somos matrices en las que la información fecunda el terreno en el cual penetra y en cuyo seno nutricio espera multiplicarse. Las notas existen antes de que la flauta tenga alma. Sólo cuando el prana, el hálito vital la transita se convierten en música. Ese tránsito metabólico de la información y de las emociones es el que nos es exigido, no ya por mandato divino, sino por un principio de autoprotección y de conservación de la especie y de la vida misma. Todo lo que tenemos nació para ser dado. Es lo que toca.
Demos y démonos, entonces, porque es sano, divertido y, además, da gusto, haciendo con ello el hueco imprescindible para lo que sigue llegando con el sol cada mañana.
Vicky Moreno / Octubre 2010