En nuestra cultura y tiempo puede que no haya una palabra más pronunciada y de la que menos se sepa. Llamamos AMOR a cualquier cosa, decimos AMAR a cualquier persona. Pronunciamos sentencias poderosas que aseguren que amor es lo sentido cuando una emoción nos arrebata, y al poco comprobamos que lo que parecía inextinguible sólo era vanidad y complacencia, el ego regalado en pos del otro.
Hay que ver las películas de vampiros con ojos de mirar al que llevamos dentro. Pero tranquilos. El lobo es inocente de tener colmillos. Lo malo es que nosotros, al hablar como “humanos” deberíamos poder clarificar a qué subespecie pertenecemos para saber en qué punto del camino evolutivo de la piedra al ángel nos encontramos, respondiendo así a la máxima de las máximas: “Conócete a ti mismo”.
Dejando de lado el zoomofismo de la especie humana, quiero que pensemos juntos en lo que es el AMOR y, su antagonista, EL TEMOR (no el odio, que no es más que una forma emocional de amor frustrado).
Ver a la especie caminar en el trayecto hacia sí misma desde lo denso a lo sutil, a través de su alambique vital, unas veces me impacienta y otras me congratula. Cada uno de nosotros, a título individual, tiene idéntico trabajo día a día: Esforzarse para ir de la piedra al ángel, como dijo Unamuno..
Como motor de esa matriz generadora hacia el ángel, hay una fuerza centrífuga que nos expande y multiplica, que bien podríamos llamar AMOR, pero con mucha prudencia, porque ese vehemente impulso hacia afuera, siendo una sola energía, toma el color, carga y densidad del tipo de cuerpo que la emite.
Lo que llamamos YO es una entidad egoica compleja que, a modo de traje de buzo, nos permite la experiencia de vida al nacimiento, pero nos identificamos tanto con el atuendo que dejamos de ver al único ser real, el que está dentro y usa la herramienta, el que observa todo lo que ocurre y único que está realmente viviendo, por más sofisticado que sea el material, circuitería, tubos y botellas de su traje...
Como la propia ciencia ha comprobado, más allá de nuestro cuerpo físico, interpenetrándose e interrelacionándose, se encuentra nuestro cuerpo emocional, nuestro cuerpo mental y nuestro cuerpo causal. La energía que erróneamente llamamos AMOR a menudo sólo es muestra de las necesidades más básicas manifestadas por nuestros niveles más densos y bien justificadas con el traje de dignidad que les pone la mente.. Se reviste de romanticismo la necesidad del cuerpo físico, se siente arrebatador el fuego del emocional y todos esos códigos engañosos comunmente aceptados sólo tienen como resultado el apasionado vampirismo de los amados por aquéllos que dicen amarlos.
La violencia en la pareja tiene ahí su origen. Si la educación infantil y el poder mediático no empiezan a hacer hincapié en una sana cultura emocional como elemento esencial para el desarrollo, seguiremos creando generaciones de jóvenes confundidos, creyendo que las erupciones emocionales son nobles sentimientos que con su aparición o desaparición acreditan el comienzo o final de una pareja, y tratando de resolver los conflictos desde el mismo lugar descerebrado en el que se crearon. No podemos buscar afuera la felicidad que hay que aprender a sembrar, cultivar y cosechar primero adentro
Porque el AMOR no es esa necesidad imperiosa del otro que manifiesta el cuerpo físico, ni ese ramillete de emociones locas con las que pide ser contemplado y adorado el emocional. Todo esto es egoica necesidad y pragmático utilitarismo.
El AMOR es la inteligente voluntad de estudio, cuidado y donación hacia el amado, o no es nada..
El verdadero AMOR es COMPASIÓN Y TRASCENDENCIA. Es la energía de la creación usando al observador como canal y manifestándose a través de todos sus cuerpos para generar redes de luz. Si activa sólo los niveles inferiores, es deseo, es impulso, es emoción animal, es apego, pero no es AMOR si no se eleva desde el corazón a la mente superior. No hay AMOR sin voluntad inteligente de bien y desapego. No hay amor sin discernimiento.
Siempre que nace un “nosotros” se produce una alquimia compleja y que requiere imprescindibles ajustes, porque la luz de la generosidad y el desapego del AMOR se enfrenta en cada miembro de la pareja a la fuerza centrípeta y acumulativa que el EGO manifiesta como temor en interés propio; así como a la inercia de uso de la energía que estuviera antes de ellos. Todo es un interesante juego de luces y sombras del que los amantes no son pasivos espectadores sino que deben gestionar una vez más con talento y voluntad..
El TEMOR y el APEGO son las mayores fuerzas centrípetas que anidan en el corazón del ser humano. Son ladrones de vida, porque habitan y se nutren de lo inexistente, es decir, lo pasado o lo futuro, secuestrando el presente y absorbiendo la energía del entorno sin saciarse nunca. Debilitan a los portadores y a aquéllos en quienes se ceban, haciéndoles entrar en la espiral centrípeta de la avidez, el miedo o los celos..
El EGO no es algo perverso a destruir, pero tampoco debe de ser un tirano a consentir. Es un instrumento de la personalidad útil para la defensa básica y para la supervivencia. Envía señales muy poderosas sobre lo que quiere y lo que detesta (RAGA y DWESA), cuya utilidad inicial es evidente y hasta saludable, porque suele servir para avisarnos de nuestras necesidades básicas. Sin embargo, es una línea fina la que separa el bienestar con el que nos premia por haber ido o huido hacia donde nos solicitaba, de la angustia sobrevenida tras pedir más y más de eso que nos dió placer. Sin discernimiento, puede convertirnos en peleles seguidores de su recompensa, creando una auténtica cárcel, un auténtico y centrípeto agujero negro
Las personas enfermas de victimismo han hecho profesion de su desgracia, siempre atribuida a un entorno que poco o nada suele tener que ver con la causa. Hay que evitar a cualquier precio deslizarse por la rampa de la autompasión porque, una vez introducidos en ese movimiento espiral, es muy difícil poder parar y girar el volante hacia la COMPASIÓN.
Del mismo modo, pero en sentido opuesto, la fuerza centrífuga del AMOR es un hermoso sentimiento que hace surco según se practica, produciendo un impulso creciente de entrega hacia los otros que se vuelve inevitable. Sin embargo, también hay que gestionar y modular correctamente el dar y el darse, para poder repartir con justicia nuestra energía y saber vencer inercias, de manera que la entrega se haga sólo donde mejor corresponda y de la manera más sincera, sana y eficiente.
No hay que confundir TEMOR con PRUDENCIA. La “frónesis” es para Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, una virtud capital que utiliza la información y el conocimiento para diferenciar lo prudente y aconsejable de lo que no lo es. Hay que quitar a la prudencia su halo de aburrimiento, porque ser prudente no es ser tibio, sino sabio.
El TEMOR contrae y debilita y no es un buen compañero de viaje, lo mismo que tampoco lo es esa locura de dos egos en arrebato basada en el egoísmo y el apego, a la que llamamos inadecuadamente AMOR.
Cuando San Agustín dijo la sabia sentencia de AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS se refería a ese otro AMOR, aquél que no mide, no pide, no espera, no recela, porque en el dar, en el darse, tiene toda su gloria y alimento. Esa dimensión del amor genera paz, luz y calor, nutriendo cuanto toca, y lleva aparejado inexcusablemente responsabilidad para tomar cuidado del amado, y discernimiento para ser eficiente en el amar, además de todo el gozo del que cada uno sea capaz.
AMAR DE VERDAD es dar curso a nuestro destino y es el mejor deporte para todos nuestros cuerpos.
Vicky Moreno /
Enero 2011