En un indolente zapear de tarde griposa me cae de pronto frente a los ojos la caravana de la frivolidad comunmente llamada “Cabalgata de Reyes”. No sé si, como en la fábula, soy la única que ve al rey desnudo y sí sé que, si hablo, me juego el cuello, porque no me lo perdonarán ni los que, como yo, ven la idiotez ambiente pero no se plantean siquiera preguntas que les pongan en la incómoda posición de cuestionarse nada, ni los que ya están completamente abducidos, sin capacidad más que para seguir zanahorias o luces de colores.
Juro que no es desde la soberbia, sino desde el asombro, que vomito mi inquietud porque, en el fondo, todavía dudo de mi propio juicio. Pero..... ¿han visto Vds. la cara de esos “pajes disfrazados de eunucos y juglares del XVIII (tiempo, por otra parte, en el que la nobleza era representante de la vileza más feroz) Y, ¿qué me dicen de sus majestades, representados siempre como jeques árabes que tiznan, y con sus ropajes y oropeles recuerdan cómo la realeza jamás ha estado al servicio de los pobres (por eso seguramente fueron obligados por el ángel a visitar a uno).
Pero... No entiendo nada. ¿Por qué no usan al menos negros genuinos, que no destiñan ni lleven bolsas gigantescas de agua caliente en la cabeza.... ¿Qué puñetas hacemos tirándoles caramelos a los niños si luego les contamos que son malos para los huesos? ¿Qué creemos que va a suceder en sus cabecitas diciéndoles que no hay que mentir mientras nos ven hacerlo a mansalva?, ¿cómo se supone que no pasa factura en su tierna estructura moral el sostener durante años la fantasía más chapucera -puro insulto a su inteligencia-, y luego descubrirles que ahí no había nada de todo ese mundo de color? ¿Qué consecuencias tiene en su escala de valores que, cuando se enteran, automáticamente, cual rito de paso, ganen categoría al ocupar ya ellos mismos el sillòn de “mentirosos”, encargados de ocultarlo a sus menores?....
¿Han visto sus caras? No tienen ilusión.... TIENEN MIEDO. Miedo de un bochornoso espectáculo que se muestra con su grandeza de cartón, anunciándoles un mundo desconcertante y vano, que sus mayores tratan de venderles como de “sueños” e “ilusiones”; miedo de esos gigantes terribles que luego pueblan las sombras de sus pesadillas; miedo a un mundo adulto que se les aparta con mentiras, en nombre de la prolongación de la “magia”; miedo al mañana cuando ven con horror que no tiene carta a los reyes, ni fuegos artificiales, ni carrozas cargadas de regalos, ni consensos festivaleros....
Por eso no es extraño que algunos se nieguen a crecer, que busquen refugio en mundos paralelos más parecidos a los de las visiones que les chutamos en su infancia, que se rebocen en paraísos químicos o virtuales donde a ratos pueden prolongar la fantasía que les vendimos como “felicidad”. Es lógico que se rebelen contra los adultos, con la rabia del que sabe que mienten, porque, al alejarles la verdadera ensoñación de lo natural y la preciosa magia de lo real, se desubican frente a una sociedad de cartón piedra donde los valores que les inculcamos no resultan estar en uso ni tienen más presencia que la mediática y consumista.
Ya está bien, por Dios. ¡Si Cristo levantara la cabeza! Pero no. También se lo hemos acartonado. El “Niño Jesús” que les mostramos no es ni por asomo representación del que nació en el portal, es el becerrín de oro que, en un ataque de locura colectiva, gastamos millones en decorar y pasear por doquier junto a sus ninots, de la misma manera en que luego repetimos la hazaña unos meses más tarde, luciendo macabramente en Semana Santa el espectáculo de su sufrimiento y cadáver. Estamos locos.
Por qué no pensamos que, con los fondos que empleamos en todo el mundo para festejar cretina y fastuosamente el divino nacimiento, salvaríamos a los únicos seres en los que realmente se puede abrazar la divinidad: Esos de piel y huesos; todos esos “Niños Jesús” aún harapientos; esas niñas violadas que fueron madres con doce años; aquellos otros sin más juguetes que un fusil de asalto; los que en pleno Siglo XXI todavía tienen que caminar con treinta kilos en la cabeza cada día para poder llevar agua a su casa; todos los que viven en la miseria, en la enfermedad, en la ignorancia, en el abandono y, además, con nuestro consentimiento.
Creo que, en el fondo, todos estamos programados para seguir adorando bueyes y luces de artificio, y hacemos cualquier cosa por perpetuar la simpleza para no reflexionar sobre ella......
Son demasiados los que creen que, cuando lo dicen todos, es que el rey va vestido.
Vicky Moreno
05-01-11
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