A todas las mujeres que, por amar, dejaron de amarse.
A todos los hombres que, por amarse, dejaron de amar.
Ahí te quedas.
Hoy ya puedo salir de esta agonía.
Quise quererte bien
y no he acertado ni a quererme a mi misma.
Me ha colmado la pena
y crucé por la ira
empujando quejosa la puerta al horizonte,
sin ver siquiera
que lo tenía a la espalda.
Salgo de ti hacia mí,
huyendo de la angustia,
de tu ignorancia altiva
y de la vena hiriente
que el miedo te dispara.
Cuando asomaba el monstruo
al fondo de tus ojos,
yo sentía pánico.
Hoy siento lástima,
porque no eres verdugo
ni menos parte débil que yo misma,
tan sólo un infeliz que está malito.
Doy fe que no lo sabes,
pero, ahora que yo sí,
te digo BASTA.
Que querer es cuidar,
y no el tonto espejismo de egos en arrebato
que, confusos, tomamos por cariño.
En esto de ir a dos,
sólo la entrega,
la voluntad de amar sin victimismos,
es motor fehaciente
de esa fiesta de arrobo.
Tú no entiendes de eso,
y hoy sé que estás enfermo,
enfermo de tí mismo.
También yo he estado loca.
Tan loca de dolor y de vergüenza
que..., alguien, no sé,
cualquiera,
debió desembridarme de tanto desatino
y ayudarme a afrontar el desencanto.
Alguien debió decirme
que no tenía por qué ganar indultos,
que yo ya merecía por persona;
que ser yo era bastante
para valer caricias y lisonjas.
Alguien tuvo que darme
el manual de uso de mi estima
para saber a tiempo ser más cauta,
para sentirme mía, sin importar ser tuya,
siempre que ser nosotros fuera el juego.
Tú también merecías
un libro de instrucciones más completo
que te hablara del niño que te habita
y le dijera
que no tiene que herir para ser nada,
ni ganar a escudazos su importancia
creando vasallajes.
No me consuela nada
saber que no has querido
ni hacer mal, ni doler,
ni ser verdugo cruel de mis sueños o alientos.
Sólo fui mensajera,
espejo involuntario de tus adoleceres,
sin querer serlo yo.
¡Qué tontería!
Tan sólo es que el sayón,
brutal corregidor de los que creíste míos,
quisiste serlo tú.
¡Qué desatino!.
Duele la sinrazón y duele el tiempo.
Hoy levanto la cara aún con el alma rota
y el fusible fundido del motor del querer.
No encuentro la esperanza,
pero me quedo mía.
Tuyo, tú, a ti, contigo, ...Dios te guarde.
Yo ya hice cuanto pude,
incluso aquéllo que hoy nadie creería
y que ya nunca más consentiré:
Dejar de amarme.
Vicky / Abril 1998
Hoy ya puedo salir de esta agonía.
Quise quererte bien
y no he acertado ni a quererme a mi misma.
Me ha colmado la pena
y crucé por la ira
empujando quejosa la puerta al horizonte,
sin ver siquiera
que lo tenía a la espalda.
Salgo de ti hacia mí,
huyendo de la angustia,
de tu ignorancia altiva
y de la vena hiriente
que el miedo te dispara.
Cuando asomaba el monstruo
al fondo de tus ojos,
yo sentía pánico.
Hoy siento lástima,
porque no eres verdugo
ni menos parte débil que yo misma,
tan sólo un infeliz que está malito.
Doy fe que no lo sabes,
pero, ahora que yo sí,
te digo BASTA.
Que querer es cuidar,
y no el tonto espejismo de egos en arrebato
que, confusos, tomamos por cariño.
En esto de ir a dos,
sólo la entrega,
la voluntad de amar sin victimismos,
es motor fehaciente
de esa fiesta de arrobo.
Tú no entiendes de eso,
y hoy sé que estás enfermo,
enfermo de tí mismo.
También yo he estado loca.
Tan loca de dolor y de vergüenza
que..., alguien, no sé,
cualquiera,
debió desembridarme de tanto desatino
y ayudarme a afrontar el desencanto.
Alguien debió decirme
que no tenía por qué ganar indultos,
que yo ya merecía por persona;
que ser yo era bastante
para valer caricias y lisonjas.
Alguien tuvo que darme
el manual de uso de mi estima
para saber a tiempo ser más cauta,
para sentirme mía, sin importar ser tuya,
siempre que ser nosotros fuera el juego.
Tú también merecías
un libro de instrucciones más completo
que te hablara del niño que te habita
y le dijera
que no tiene que herir para ser nada,
ni ganar a escudazos su importancia
creando vasallajes.
No me consuela nada
saber que no has querido
ni hacer mal, ni doler,
ni ser verdugo cruel de mis sueños o alientos.
Sólo fui mensajera,
espejo involuntario de tus adoleceres,
sin querer serlo yo.
¡Qué tontería!
Tan sólo es que el sayón,
brutal corregidor de los que creíste míos,
quisiste serlo tú.
¡Qué desatino!.
Duele la sinrazón y duele el tiempo.
Hoy levanto la cara aún con el alma rota
y el fusible fundido del motor del querer.
No encuentro la esperanza,
pero me quedo mía.
Tuyo, tú, a ti, contigo, ...Dios te guarde.
Yo ya hice cuanto pude,
incluso aquéllo que hoy nadie creería
y que ya nunca más consentiré:
Dejar de amarme.
Vicky / Abril 1998
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