martes, 29 de mayo de 2012

LOS POETAS DEL LOGRO – Por Vicky Moreno
    
    Hoy he asistido a un homenaje que me ha llevado a transitar por mis primeros años en el Departamento de Investigación del Hospital en el que trabajo desde hace 33. Como en un túnel del tiempo, he podido revivir los avatares de este complejo y paradójico mundo de la ciencia. Allí estaban muchos de mis amigos y viejos compañeros, entre ellos, antiguos becarios, entonces casi imberbes, y que aún no puedo concebir con canas; relevantes directores de tesis en la actualidad, que en sus comienzos luchaban por abrirse hueco en este ingrato mundo de la investigación.
        En aquellos momentos, yo no veía tanto su angustia como lo que para mi era la tremenda suerte de los hoy llamados “precarios” al haber tenido la oportunidad de culminar una formación con la que yo no me atrevía ni a soñar. Nunca supieron cómo les envidiaba, con qué fruición leía los abstract de sus trabajos y cómo me parecían de interesantes sus repetitivos experimentos, pese a los kilos y kilos de páginas de resultados que tenían que procesar para alcanzar finalmente esos clónicos “cum laude” que les abrían las puertas en España a la posibilidad de consolidación de un sueldito miserable. Muchos se fueron con pesar a otros países, para volver años después con el aval de algún grupo investigador extranjero que daba cuenta de lo buenos que eran, como si no lo hubiera probado ya su lucha en el más hostil de los medios: su país de origen. Otros, los menos arraigados al terruño, no volvieron. Emigrantes sin patria (porque no puede considerarse hogar el lugar del que te expulsan), que tenían que demostrar en destino el doble de méritos que los oriundos, aunque ya llegaban entrenados para soportar la sinrazón….
      Para mucha de esta gente su noble vocación se hizo crisis permanente, y perpetua sombra sin fecha. Ellos son los Sísifos de la ciencia, siempre empujando una piedra que está destinada a caer, bien por insuficiencia de resultados, por insuficiencia de financiación o, en el mejor de los casos, por revelación de nuevas hipótesis que permiten descubrir que la cima alcanzada ya no vale, porque siempre está más allá.
       Después de unos años supe todo esto y se me pasó un poco aquella envidia sana.
      Si el emprendedurismo tiene un modelo de referencia, el de los científicos cumple sus más altos cánones. Su fe incombustible hace visible el axioma de que creer es crear.
        La sociedad no avanza sin idealismo, sin los poetas del logro que escriben sus estrofas entre moléculas, diferenciales, partituras u hojas de cálculo. Aunque no estemos acostumbrados a verlo así, los científicos no están tan lejos de un Neruda o un Bach, ni, del mismo modo, nuestros rapsodas saben cuánta ciencia y conciencia fecundan sus versos. Nunca existe la una sin la otra porque, faltando la ciencia, la conciencia se llama creencia, igual que la ciencia pierde su virtud y denominación si no va acompañada de esa conciencia.
      Es un mundo mejor el que buscamos todos los que sentimos en el alma el afán de progreso de la sociedad, pero, ellos, los creativos, los investigadores, los pioneros, los emprendedores en suma, valientes adalides, no dudan en entregar todo su tiempo, su patrimonio y hasta a veces su vida en persecución de metas tan altas. Que sea un impulso natural, casi irrefrenable, el que sienten, no le quita mérito a la decisión de emprender, caer y volver a alimentar el ánimo, para acometer una vez tras otra el camino de ascenso a cualquier meta. Casi no importa adónde, ni el tiempo lo limita; el caso es avanzar, empujando alto y lejos el sueño, aún en momentos como el que vivimos en que la persecución del logro se hace casi utópica, si no heroica.

       El futuro es suyo porque la historia se escribe gracias a ellos. Son cocreadores del bienestar que el desarrollo a todos nos regala y es obligado el reconocimiento de los que transitamos al rebufo de su brío. Ójala la sociedad sepa un día retribuir mejor a los que emprenden y cuidar el fuego fecundo de su entusiasmo.
       Ahora bien, por amor a la obra bien hecha y por respeto a sí mismos, es prudente que sepan evitar la sombra que acompaña a lo que apasiona: La embriaguez del logro, que embota el alma y marchita el cuerpo; la hipertrofia de lo mental, que apelmaza el sentir; la falta de exigencia para la selección de objetivos; la laxitud en los márgenes éticos de algunos proyectos ilusionantes; el afán de lucro desmedido; la elección de compañeros de camino no tan cabales; la autoindulgencia dejando los cadáveres de sus afectos en la cuneta...
       En cualquier caso, gracias de corazón a ese motor del progreso que son los emprendedores. Los políticos fingen -o incluso creen- que conducen una locomotora encarrilada hacia el cambio, sin darse cuenta de que el camino está ya dado y que de nada les sirve "tanto retumbar y tanto pito" zarzuelero sin la caldera ardiente de los que, a la sombra, desde sus despachos, sus laboratorios, sus talleres o sus aulas proporcionan la verdadera energía que mueve esa compleja maquinaria.
       Brindo por todos los que de verdad saben amar (porque saben cuidar), fabricando futuro y dándolo todo por los que cómodamente viajamos en calentitos vagones, mientras, inconscientes y hasta indignados, creemos hacer algo criticando el retraso, el hollín o el traqueteo. 

                                                           Vicky Moreno / Mayo 2012

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