lunes, 3 de septiembre de 2012

COMENTARIOS AL DISCURSO SOBRE LAS TRES TRANSFORMACIONES del "ZARATUSTRA" de NIETZSCHE - Por Vicky Moreno


COMENTARIOS AL DISCURSO SOBRE LAS TRES TRANSFORMACIONES del "ZARATUSTRA" de NIETZSCHE  
Por Vicky Moreno

Gracias a mis amigos de la Revista de Microfilosofía, he podido disfrutar esta mañana de un texto olvidado, que me permito el atrevimiento de comentar, con el ruego sobre todo de que leáis el original, tratando de ver las múltiples aplicaciones que en nuestros aborregados días tiene su discurso: 
http://www.microfilosofia.com/2011/10/las-tres-transformaciones-de-nietzsche.html
Nietzsche, como sabéis, filósofo alemán que vivió en la segunda mitad del S. XIX, en su obra de culto “Así Habló Zaratustra”, menciona tres transformaciones del espíritu en su camino hacia la libertad:
La primera transformación, que él llama “la del camello”, es la que consiste en aprender a cargar como héroes, arrodillándose humildes frente a lo más pesado de la vida, llevando a cuestas la pérdida de todas las referencias de grandeza, venciendo a la soberbia, a la necesidad de triunfo, a la necesidad de reconocimiento, a la necesidad  de comprensión, a la necesidad de compañía, a la necesidad de amor, a la necesidad de protección frente al miedo…
Un gran paso ya es esta primera transformación, teniendo en cuenta que la mayor parte de los seres humanos no hemos podido ni asomarnos a la visión que la permite, lo que impide ni siquiera asomarnos a la idea de arrodillar el camello y aceptar llevar con humildad los pesares que fabrica nuestra propia ambición:
 “Ceder a la codicia es el peor de los crímenes. No saber limitarse es la peor de las cosas nefastas. La peor de las faltas es querer siempre adquirir aún más. Los que saben decir ‘ya es bastante’ están siempre contentos.” Lao-Tzú Tao Te King 46.
 “Aceptación” y “desapego”, lo llamaba ya el “Vedanta” filosofía milenaria oriental, de la que bebió tanto Nietszche como muchos de los intelectuales centroeuropeos de la época.
Eso, que podríamos denominar como “bajar tan alto” aún no es suficiente para el espíritu ávido de verdad, pues precisa ahora de una segunda transformación, que es “la del león”. Quiere ser señor en su propio desierto, conquistando su libertad como se conquista una presa.
“¿Quién es el gran dragón al que el espíritu no quiere seguir considerando señor ni dios? «Tú debes» se llama el gran dragón, pero el espíritu del león dice, «Yo quiero»…”.
Ha llegado el momento de crearse la libertad de oponer “un no santo incluso frente al deber”, pero el camello siempre lo ha acatado y jamás podría enfrentar su superación pues es incapaz de tomarse el derecho de concebir nuevos valores propios –ni el león todavía alcanza-, diferentes de aquellos por los que aprendió a doblar su testuz toda la vida… “En otro tiempo el espíritu amó el «Tú debes» como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león”.
En una visión más oriental, esta transformación corresponde a lo que en el Ashtanga de Patanjali sería el camino del Gnana Yoga, la difícil senda del discernimiento en la que, en lugar de buscar lo que es, se aprende a distinguir y abandonar lo que “no es” (Neti,Neti), encadenando poco a poco al viejo dragón de lo aprendido que nos mantiene presos.
         En una visión alquímica, el espíritu del hombre, en ese alambique vital que destila día a día su esencia, tras sufrir la presión y el calor que le hacen evaporarse como ego, encuentra la libertad de experimentarse como gota del océano de la vida; el derecho y deber de ser él mismo, de aromar, de gozar, de cumplir su genuina misión, y aportar su visión al mundo, perdido ya su lastre de conceptos.
Pero, Zaratustra, en su discurso, todavía menciona una tercera transformación:  “la del niño”
¿Para qué, una vez conquistada la aceptación, la humildad, el valor, el discernimiento y la libertad, haría falta una nueva transformación?
Sólo “si os volvéis como niños…” nos fue dicho por otro Maestro que hablaba tan de lo mismo, que el propio Nietzsche estimó más de lo que algunos críticos creyeron, considerando, sin profundizar que incluía su doctrina en el mismo saco de desprecio que profesaba por los manipuladores, al advertir la peligrosa reverencia inmovilista (la vuelta al camello) que provoca en algunos hombres el descanso perezoso en lo divinizado.
Muy al contrario, para Nietzsche, Jesús se presenta como un revolucionario, un anarquista contrario a todas las manifestaciones del orden, fundamentalmente del imponente poder religioso tradicional, como uno de los más destacados defensores de la renuncia a la violencia y a los brillos mundanos de sus contemporáneos; y por esta actitud subversiva fue crucificado: Como el filósofo dijo: “El cristianismo es aún posible en todo momento... No está ligado a ninguno de los dogmas impúdicos que se han engalanado con su nombre; no tiene necesidad ni de la doctrina de un dios personal, ni de la del pecado, ni de la inmortalidad, ni de la redención, ni de la fe…”
Un hermoso resumen de todo lo que culmina al hombre (que también empaparía la filosofía del rebelde Krishnamurti), completa la argumentación de Zaratustra:
“Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo”.
Que cada uno de nosotros nos empleemos en el intento de llegar a ese abandono de las ataduras inmovilistas tradicionalmente asumidas, a esa limpieza de mente, a ese despertar del discernimiento, a esa apertura del corazón y ese juego creativo del espíritu, es probablemente el mayor favor que le podemos hacer ahora mismo a nuestra propia generación, y a la educación y epigenética de las futuras. Esto sí puede cambiar el mundo.

Vicky Moreno / Septiembre 2012
        

1 comentario:

(Gracias. Tu opinión me ayuda)