COMENTARIOS AL DISCURSO SOBRE LAS TRES TRANSFORMACIONES del "ZARATUSTRA" de NIETZSCHE
Por Vicky
Moreno
Gracias a mis amigos de
la Revista de Microfilosofía, he podido disfrutar esta mañana de un texto
olvidado, que me permito el atrevimiento de comentar, con el ruego sobre todo de
que leáis el original, tratando de ver las múltiples aplicaciones que en nuestros
aborregados días tiene su discurso:
http://www.microfilosofia.com/2011/10/las-tres-transformaciones-de-nietzsche.html
Nietzsche, como sabéis,
filósofo alemán que vivió en la segunda mitad del S. XIX, en su obra de culto
“Así Habló Zaratustra”, menciona tres transformaciones del espíritu en su
camino hacia la libertad:
La primera
transformación, que él llama “la del
camello”, es la que consiste en aprender a cargar como héroes,
arrodillándose humildes frente a lo más pesado de la vida, llevando a cuestas la
pérdida de todas las referencias de grandeza, venciendo a la soberbia, a la
necesidad de triunfo, a la necesidad de reconocimiento, a la necesidad de comprensión, a la necesidad de compañía, a
la necesidad de amor, a la necesidad de protección frente al miedo…
Un gran paso ya es esta
primera transformación, teniendo en cuenta que la mayor parte de los seres
humanos no hemos podido ni asomarnos a la visión que la permite, lo que impide
ni siquiera asomarnos a la idea de arrodillar el camello y aceptar llevar con
humildad los pesares que fabrica nuestra propia ambición:
“Ceder a
la codicia es el peor de los crímenes. No saber limitarse es la peor de las
cosas nefastas. La peor de las faltas es querer siempre adquirir aún más. Los
que saben decir ‘ya es bastante’ están siempre contentos.” Lao-Tzú Tao Te King
46.
“Aceptación” y “desapego”, lo llamaba ya el
“Vedanta” filosofía milenaria oriental, de la que bebió tanto Nietszche como
muchos de los intelectuales centroeuropeos de la época.
Eso, que podríamos denominar
como “bajar tan alto” aún no es suficiente para el espíritu ávido de verdad, pues
precisa ahora de una segunda transformación, que es “la del león”. Quiere ser señor en su propio desierto, conquistando
su libertad como se conquista una presa.
“¿Quién es el gran dragón al que el espíritu no quiere
seguir considerando señor ni dios? «Tú
debes» se llama el gran dragón, pero el espíritu del león dice, «Yo quiero»…”.
Ha llegado el momento de crearse la libertad de oponer “un
no santo incluso frente al deber”, pero el camello siempre lo ha acatado y
jamás podría enfrentar su superación pues es incapaz de tomarse el derecho de
concebir nuevos valores propios –ni el león todavía alcanza-, diferentes de
aquellos por los que aprendió a doblar su testuz toda la vida… “En otro tiempo
el espíritu amó el «Tú debes» como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar
ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de
su amor: para ese robo se precisa el león”.
En una visión más oriental, esta transformación
corresponde a lo que en el Ashtanga de Patanjali sería el camino del Gnana
Yoga, la difícil senda del discernimiento en la que, en lugar de buscar lo que
es, se aprende a distinguir y abandonar
lo que “no es” (Neti,Neti), encadenando poco a poco al viejo dragón de lo
aprendido que nos mantiene presos.
En una visión alquímica, el
espíritu del hombre, en ese alambique vital que destila día a día su esencia,
tras sufrir la presión y el calor que le hacen evaporarse como ego, encuentra
la libertad de experimentarse como gota del océano de la vida; el derecho y deber de ser él mismo, de
aromar, de gozar, de cumplir su genuina misión, y aportar su visión al mundo,
perdido ya su lastre de conceptos.
Pero, Zaratustra, en su discurso, todavía menciona una
tercera transformación: “la del niño”…
¿Para qué, una vez conquistada la aceptación, la
humildad, el valor, el discernimiento y la libertad, haría falta una nueva
transformación?
Sólo “si os volvéis como niños…” nos fue dicho por
otro Maestro que hablaba tan de lo mismo, que el propio Nietzsche estimó más de
lo que algunos críticos creyeron, considerando, sin profundizar que incluía su
doctrina en el mismo saco de desprecio que profesaba por los manipuladores, al
advertir la peligrosa reverencia inmovilista (la vuelta al camello) que provoca
en algunos hombres el descanso perezoso en lo divinizado.
Muy al contrario, para Nietzsche, Jesús se presenta
como un revolucionario, un anarquista contrario a todas las manifestaciones del
orden, fundamentalmente del imponente poder religioso tradicional, como uno de
los más destacados defensores de la renuncia a la violencia y a los brillos
mundanos de sus contemporáneos; y por esta actitud subversiva fue crucificado: Como
el filósofo dijo: “El cristianismo es aún posible en todo momento... No está
ligado a ninguno de los dogmas impúdicos que se han engalanado con su nombre;
no tiene necesidad ni de la doctrina de un dios personal, ni de la del pecado,
ni de la inmortalidad, ni de la redención, ni de la fe…”
Un hermoso resumen de todo lo que culmina al hombre
(que también empaparía la filosofía del rebelde Krishnamurti), completa la
argumentación de Zaratustra:
“Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un
juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo
decir sí. Sí, hermanos míos, para el
juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su
voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo”.
Que cada uno de nosotros nos empleemos en el intento
de llegar a ese abandono de las ataduras inmovilistas tradicionalmente
asumidas, a esa limpieza de mente, a ese despertar del discernimiento, a esa
apertura del corazón y ese juego creativo del espíritu, es probablemente el
mayor favor que le podemos hacer ahora mismo a nuestra propia generación, y a
la educación y epigenética de las futuras. Esto sí puede cambiar el mundo.
Vicky Moreno / Septiembre 2012
Buenos comentarios, muy bello esto de las 3 transformaciones
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