El Neoliberalismo ensalza el valor de la libertad
individual e idealiza al mercado, subordinándole la vida de las personas, el
comportamiento de las sociedades y la política de los gobiernos. Convenció a
muchos emprendedores en el siglo pasado porque representaba un motor para la
iniciativa privada y el progreso individual, protegido por los gobiernos
capitalistas, pero esa licencia ha terminado significando un pasaporte para el
lucro desmedido e injusto a través de una competencia feroz que ignora al hombre.
Ser competitivo, triunfador y rico se hicieron sinónimos exclusivos de grandeza
y poder, incentivando cualquier medio para lograrlo y conduciendo a la
barbaridad de validar cualquier acto y cualquier alianza para la obtención de
ese provecho, sólo alcanzable por unos pocos.
Ser individualista y luchador se hizo condición
sine qua non para ser reclutado entre los adalides de un sistema que se
sostiene en base a la competencia, la envidia y la ambición. Pese a que las
personas así entrenadas pierden a menudo su propia capacidad de gozo y calidad
de vida, triunfar ha llegado a ser tan deseable que cualquier medio para
conseguirlo se ha llegado a considerar un recurso comprensible, cuando no un
mérito digno de protección legal.
Se extendía con ello una autopista para la carrera
de los mejores, pero no para las mejores personas sino para los mejores
competidores, únicos merecedores del premio y el reconocimiento social. Sin
embargo, se trataba de un premio envenenado, ya que el efímero beneficio
de la cumbre, una vez pisada, requiere de nuevos retos, mayores logros, mayor
poder, mayor reconocimiento, nuevas experiencias, nuevos consumos… y, con ello,
para algunos adictos, adormecimiento de sus propios escrúpulos morales.
Al perdedor se le olvida, cuando no se le
desprecia, aunque sólo fueran unas décimas, unos centímetros, unos
certificados, una herencia genética o geográfica, o su propia bondad, los que
lograran descalificarle en esa loca carrera neoliberal por la zanahoria. Los que
logran pisar pódium se sienten cargados de méritos y ya no piensan más en los
que quedaron en el duro proceso de ascenso o de mera lucha por la
supervivencia, pero esa lucha no es a los peores seres humanos a los que deja
fuera.
La ceguera del poderoso se autoalimenta porque, una
vez encumbrado, se embriaga de su propio resplandor, pierde las referencias,
tiende a juntarse sólo con iguales o pelotas, a despreciar a sus víctimas, a
marginarlas y hasta a justificar su diferente suerte. En base a eso, se van
atrofiando los resortes de la moral natural y los “superiores” pueden llegar a
anular su sensibilidad y sus escrúpulos frente a la corrupción o la explotación
de los que “por desgracia, no sirven para otra cosa”, para, después,
convencerse y tratar de convencer a otros de su compasión y magnanimidad,
otorgándoles su liderazgo, limosna, guía o protección paternalista o
imperialista.
Cuando se sale del espejismo neoliberal, tanta
inmoralidad espanta a los despiertos, pero está tan arraigada en nuestra sociedad
capitalista que se ha convertido en modelo. Sin embargo, muchos buenos hombres,
buenos políticos, buenos economistas, buenos empresarios sienten ya la llamada
a acabar con tamaña competitividad, tamaña desigualdad y tanto crimen, buscando
un nuevo modelo menos caníbal, que permita un desarrollo ético, solidario,
sostenible y sostenido.
Hay una propuesta ilusionante emergiendo de este
cenagal con la ayuda de Christian Felber. Se llama ECONOMÍA DEL BIEN COMÚN, y
ya son miles las personas que, sin renunciar al beneficio, han encontrado una
forma sencilla, equilibrada e inteligente de hacer compatible su sentido de la
responsabilidad y de la moral, junto con el ejercicio de una excelente labor
profesional o personal de manera justa y cooperativa, participando en la
filosofía del “yo gano y tú ganas”, aspirando incluso al “yo no gano si tú no
ganas”.
A estos sí que tenemos que ayudarles a difundir su
paradigma y hacer que empape en el ánimo de los empresarios, los políticos y
los gobiernos. Nada va a cambiar por mas que gritemos, si seguimos haciendo lo
mismo y obedeciendo las mismas consignas aprendidas. El modelo neoliberal tuvo
su utilidad en su momento frente al fantasma de otros intervencionismos, pero
su ideario ha sucumbido a la voracidad de los mercados, que no van a ceder un
ápice de su poder. Es hora de despertar…. y sumamos todos.
Otro mundo es posible.
Vicky
Moreno
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