Todos los
filósofos reflexionaron sobre principios y fines cuando la muerte se avecinaba,
bien desbordados como espectadores de una tragedia, o mirando frente a frente la
propia fragilidad. No es que ellos no lo hicieran antes, pero no es frecuente
que nos consintamos tan radical desnudez como en los momentos en que uno siente
arrebatado lo esencial o segado el futuro.
Fácil es
pensar que fuera el miedo el que desatara su búsqueda de certezas y refugio,
pero ninguno de los grandes hombres y mujeres en los que estoy pensando tenía
nada de timorato, y algunos hasta tomaron cartas en el asunto de su propia
muerte, señal de que no era tema del que huyeran.
La cuestión
aquí es, por un lado, si sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, y,
por el otro, a qué dedicamos nuestra convulsa e/o insulsa vida mientras no
truena. Siguiendo el símil del trueno, el susto que anuncia el fulminante y
mortífero rayo -o al menos la posibilidad de que nos quede calada el alma-,
hace que aterricemos, nos quitemos el disfraz de bufón, nos pongamos las gafas
de ver la realidad y demos un repasito con nuestro escáner mental por todo lo
acumulado en vísceras, agendas y alforjas varias, comprobando lo que pesa y lo
que vale, es decir, todo lo que creímos imprescindible pero en la práctica nos
lastra e impide volar, y lo que creímos secundario, pero nos puede ayudar a
elevar el alma hasta los pensamientos y las personas donde se encuentra
realmente nuestra vocación, nuestra ilusión y nuestro más luminoso destino.
Al mismo
tiempo, y quizá por primera o segunda vez (porque son pocas las ventanas que se
abren en nuestra aborregada vida a la verdadera consciencia), podemos
analizar eso que denominamos "nuestra escala de valores" -todos esos
principios que creíamos propios-, y separar la paja de lo aprendido del grano
de lo concienciado por propia indagación y experiencia, para descubrir que
mucho de lo que dimos por sentado que habíamos elegido, e incluso empeñamos la
vida en defender, en realidad se trataba de modelos y valores importados
genética o ambientalmente, que adoptamos sin juicio crítico en nuestra más
tierna infancia, que reforzamos entre iguales que se sentían orgullosamente
diferentes al resto, y que, poco a poco, fueron conformado cada curva de
nuestra personalidad.
En este día
de dolor, reflexionemos..... Merece la pena atreverse a mirar más hondo, más
largo, más ancho, más alto, más libre, más cuerdo...
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